Entre un charco a secas
o de tiza celeste, eco del cielo.
Un giro estrepitoso a ras del suelo
que me revuelve en el anhelo de un tiempo de altura.
Duende caído.
Esas nubes enormes -nunca entrañables-
de choques eléctricos
rondas
café aguado sabor a tierra
gritos fugaces de esas esponjas grises
y ahora tan necesarias.
Incomprensibles deseos en horas de postre
antojo que sólo su agua densa y oscura
-como el cristal brotando de algón tajo terroso
allá lejos, más hondo aún de lo que estoy ahora-
Ya garúa
-pero gotas gordas-
y me sacio la sed en esta lluvia ácida
que me incendia las manos
pies
plantas
uñas
encegueciéndome los ojos y las rodillas
y tan contra incandescente
va extinguiendo el fulgor de otros sueños plateados.
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