miércoles, 23 de marzo de 2011

Roman-cero.














Agustino creía que no podía hablar de eso con nadie, lo cual me incluía. Esto no interfería en nuestra amistad: el motivo no era la desconfianza o algún ogro de esa calaña. Más bien la certeza que si contaba algo, si eso excedía los límites de su persona, para el lado que fuera, iba a soltarse una inmensidad de energía que se dispersaría aleatoriamente en forma de alud u otra catástrofe. Yo sabía bien que dicha fuerza no era movida por el chusmerío, respondía a una ley física que escapaba a la voluntad y designio humano, naturalmente. Así que de esto nada me contó jamás, y yo hago como si no supiera para no desencadenar la avalancha.

Me gusta mi vecino, y digo mi porque es el único. O sea hay otros, no vivo en un descampado tampoco, pero es el único realmente vecino, acá pegado. Él y un gatito que se me hizo amigo hoy, pasamos panchos la tarde, de lo más compinches acompañándonos. Al final lo dejé entrar en casa con la condición de que no se meara y se portara bien. Después fui al almacén por harina y aceite, me siguió así que lo metí en el canastito de la bici; pero se ve que no le gustó eso del encierro y saltó. Me cae bien este gato. 
Ahora llueve mucho, una tormenta de película así en vivo, y me preocupa dónde andará, tan chiquito y qué no lo vi más.
Mi vecino me gusta por muchas cosas. No da para entrar en detalles porque soy obsesiva y me pasaría hartos párrafos detallando. Pero me voy a permitir algunos despuntes, sobre todo porque hace rato que no me gusta alguien con ganas y merece seis menciones. 1) Me gusta porque me intimida. Es directo. No tiene verguenza, y con un paneo desenmascara la situación. Me siento in fraganti, así que lo evito bastante en realidad. 2) Le gusta regalar cosas por regalar. Como los panes, o las flores que trajo para compartir. Hoy por encima del cerco nos pasó dos ajíes rojos, los cuales me generaron involuntarias asociaciones de paralelismos con su persona. 3) Hace música y casas así como la suya, de ficción, llenas de detalles que no coinciden con esas manos tan grandes. 4) Me gusta hablar de él y decir mi vecino. 5) Me gusta de noche asomarme por la ventana y ver las suyas prendidas, todas coloridas. 6) Y me gusta que es inteligente y deja un espacio vacío entre las cosas, como para que lo rellene no sé qué enigma. O son cosas mías.
Hay algo más, una curiosidad. Transmuta. Parece distinto cada vez que lo veo. A veces no lo reconozco, y se lo digo. Él abre los ojos como haciéndose el sorprendido, y contesta que eso le sucede bastante seguido con la gente. Después se ríe, o a mi me parece. 
En cualquier momento podría desaparecer, él y su casa, como algo natural.
  
No le conté a nadie que me gusta mi vecino, ni voy a hacerlo. Tampoco creo que vaya a modificar o haga algo que le demuestre nada. Tengo la sensación de que si muevo alguna cosa podría echarse a rodar algo impredecible y grande, como le sucede a Agustino. Aunque él ya lo sepa, seguro.


viernes, 18 de marzo de 2011

* Apretar las teclas por el placer del ruidito.

Atarse el pelo con las gomas de escritorio,
andarse dezcalzo entre los abrojos,
succionar la pajita desesperadamente y que no quede jugo,
atraer con los ojos con la mente con la convicción, al otro
y repelerlo como mosquito.
Te digo que no sé que escribo. Sí, es eso.

Despertarse en ese lugar, decir buen día, abrazarse, aprontar el mate con el placer de un ritual, sentarse en el porch mientras algún otro ya musicalizó el ambiente de fondo, como de casualidad. Reírme casi feliz, de ahora en más.
Y decir odio las rutinas.

martes, 15 de marzo de 2011

Pero qué paquetería!






Cómo era de esperarse de estas féminas,
un blog acorde a la identidad y estética propia del sexo rosa 
más ¿nunca? débil

www.estoycuadrada.blogspot


Próximamente en todas las vidrieras

Salú!

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(Ya sabeis, hablamos de).

jueves, 3 de marzo de 2011

Pedorra.






No me gusta leer, menos escribir algo donde sea despiadadamente evidente y exponencial la crisis existencial por la que atraviesa -o es atravesado- algún alguien, ajeno o propio. 
También detesto escribir algo inventado y después angustiarme por lo 
antro-ego-pocentrista de todo, por el vidrio desvirtuado que creímos espejo, que entonces ya no es ventana y sólo refleja nuestras jetas, caras distintas de la moneda. 
Y las metáforas. Desdeño de ellas, otra vez. Siempre. 
Más que todo esto junto, me desagrada enarbolar el asunto -¿cuál sería?- con toda esta perorata sin decir directamente lo que sea, sin palabrerío ni título pedorro. Yo, puaj.




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Amistades visitantes que me padecen:

¡Enhorabuena!
Llegó el tiempo del tuneo. 
Esta niña está mutando, cambiando, mudando
-bue, ¿quién no?- y a este blog también llegarán los tatuajes. 
Disculpas por parecer/querer/esperar que el anterior texto anticipe algo. 
Nada de eso. 
Ya que estamos, Pimba! 
Metí dos en uno, armonizando con los tiempos posmo de ofertón.
Bueno.
No puedo contar más, yo tampoco sé de qué va la cosa.

Pd: Los ojos sagaces que anduvieron antes por aquí notarán que cambié el fondo. 
Es momentáneo.
 Una tinta, más no el corte de pelo. A no confundir.