miércoles, 9 de febrero de 2011

Tres.Tristes.Tigres. *


* Una historia aburrida y de desenlace dudoso. o falto de.
(El que avisa no es traidor).


La rambla respiraba, exhalando sobre todo, un viento matinal propio de horas de la tarde, desde el Sur y algo gélido para la hora que era en el día que era. No les importaba demasiado, por suerte los tres traían abrigo de más en la mochila por si las moscas.
Y las había.
Nadie quería hacerse cargo de desencadenar nada, y preferían hablar de bueyes quizá encontrados; cosa por lo además fácil para sus naturalezas inteligentes más bobaliconas. Era un asunto denso. Cómo en una predecible novela, el clima en torno hacía un paralelismo magnífico aunque no en un sentido calórico como usualmente se entiende. El frío también sabe ser espeso.

- “Es hora de levantarse. La hora es, diez horas… Es hora de levantarse. La hora es, diez horas, dos minutos… Es hora de levantarse…” Bo, así me despierto cada mañana. ¿Te parece difícil entender porqué mis días me salen pal carajo? El Rubiol no aguantó. La interpretación de la gallega, patética por sí sola era suficiente para largar el cuajo, pero lo que eclosionó la carcajada fue ver al otro realmente anonadado, con la cara de angustia de un creyente estafado por una hostia blanda. Demasiado para esas facciones grotescas. 
Martina veía el cielo sin prestarles atención, y pronosticó que se venía la lluvia porque vio un alguacil. Se los comentó.                - Gordo, dale gas. Hace algo para cambiar la pisada. Pudo decir Rubiol cuando descongestionó el tráfico de risa. -Libélula, se dice. Corrigió, a su suponer, el Gordo. - ¿Y qué querés que haga? Mirá, de saber hace rato me verías bailando otro tango. Viste esos delirantes que cuando se te pierde algo y estás buscando como loco te dicen “a ver, pensá: ¿dónde lo dejaste?”. Estás igual. Bajar de la cama con el pie derecho no funca, por si tu idea era literal. Puntualizó más aliviado el del apodo obeso, sintiendo algo liberador en esas palabras como si fueran sponsors de una catarsis próxima. Y creyó ver el día un poco más luminoso, aunque el resto notara cómo decrecía a medida que el colchón de nubes engrosaba y se apelotonaba contra el sol, enfriando más la cosa.
- Las nubes rellenas son más pesadas, gordas y caídas ¿Ven? Vamos a mi casa, me siento encerrada. Dijo Martina como para sí misma, poniéndose ya la mochila y una campera gris haciendo conjunto con el día, sin esperar a ver qué resolvían los otros.


Llegaron al apartamento ensopados.
Lo que duró la caminata fue una batahola. El viento otrora pseudo primaveral, en cuartos de segundo transformóse en una caricatura de huracán, lo que por estos lares significa mucho. Una visión los superó:

Tres palmeras zumbando en el zigzagueo del vendaval, agitando sus cabezas de coco de un punto cardinal a otro, aumentó exageradamente esa ilusión trópica, haciendo pasar a la joven y los dos muchachos –también a otros transeúntes que allí andaban, porque omitirlo- por un breve lapso de pánico inevitable más innecesario.
Sin amilanarse prosiguieron el paso, intercalando el trote y el galope de a ratos.
El cielo se desgranaba de a poco.
Atentos a no chocarse con ningún artefacto en vuelo, continuaron mansamente en dirección sureste, resignados a esa sensación que les venía encima, deshilachándose como un suéter sin arreglo.
Se cae de maduro -pensó uno de ellos, o ella-. 

Y cayó de sopetón.


2 comentarios:

  1. Ah, postea otra veeeez, Hamlet en presente

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  2. Tiene una atmosfera perecida a la que me introdujo "Esperando a Godot". Me atrajo y lo disfruté.

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