sábado, 31 de julio de 2010

Una historia con fin. Punto.


      -¡Bingo!                             
-Rayos. Estaba tan cerca...
 The Looney Tunes
Una vez te dije que te quería entretener. Y me dijiste que me dejara de pavadas.
Ahora te canto Serenatas Cadbury, tocata al piano al son de la Bauhaus.
Y ocasionalmente jugamos al Bingo, así sea todo lo que hacemos. Nunca ganamos nada, pa pior perdemos plata a lo bobo y hasta pal boleto de vuelta (y las ganas de caminar por el resto de nuestros días, naturalmente).

Vieja luna nueva viéndonos como un rewin constante, avanzando con ese trapo a jirones verde esmeralda en otros tiempos.
Pateando rambla y lunas empinamos el regreso en silencio, maldiciendo la bolilla y diciéndonos a las tripas -supongo que vos te decís lo mismo, por la manera de caminar e irte mirando los pies con esa mueca como si de no creer pintada en la boca ya desmantelada de rouge-  que viérase personas a nuestros años, en ese andamiaje peregrino cada semana, ¡no es cháchara mijo!
Con garúa  o pinguinos de punta el miércoles siguiente estaremos firmes, igual. Y círculo infinito.

Yo me contento con que hago ejercicio ¡y vos también mujer! que desde esa peritonitis te quedaste cual piltrafa metida en esa casa como si te movieras y a la miércoles las tripas. 
Dicho y hecho, llega ese día y al diablo con todo. Partimos con la rotosa esperanza y la ansiedad inmaculada a cuestas, cual practicante de sexo tántrico, siempre al borde del éxtasis a punto de gritar ese contenido ¡BINGO! 
Pero hoy tampoco toca.

Para subrayar, entre la desgracia diaria de nuestra vida de hipotecas que esa rutina de miércoles sólo resaltaba, así y todo en secreto (tan bien guardado que ni entre nosotros lo chusmeábamos) rendíamos culto a nuestro deja vú mundano. El resto parafernalia. Y cual credo, semana tras semana rezábamos a Mercurio, a Humberto de Vargas o al latón que se cruzara primero por la repetición invariable de nuestro ritual del cuarto día.
Camino de actores.
Vista a la rambla. Postal de esa ciudad que se decía nuestra y que bella tan anochecida.
No olvidando patear alguna piedrita cada tanto, silenciosos y de caras pseudo indignadas nos dejábamos llevar por ese cuadro doble, paisaje espejado en esa sopa mansa nombrada Ramírez. Placer máximo de esa historia repetida.

¿Y si un día al fin ganábamos? ¿Y si nos hacíamos ricos y nos daba el billete para la vuelta en un bus sin más silencios y ufas peatones?
Pero nada de eso.
Caras acostumbradas y sin gloria partimos de regreso por las baldosas que ya estaban impacientes. Otra semana a la espera del premio, al celo de nada que no fuera lo que venía siendo en ese ritual insípido -nuestra felicidad efímera-. 

Otro miércoles. Día aburrido, día gris.
Ida a callas y pesos contados.
Perfecto.
Y así nomás, entre lo más cotidiano de la rutina, vimos salir como espectadores entre las ruinas frugales nuestro número una vez. Otra. Otra. Otra...
- ...¡BINGOOOOOOOOO!
y el grito pelado de nuestro orgasmo contenido ensordeció al plantel de veteranos.
Casi afónicos volvimos a gritar, y mirándonos -tu ya sin mueca en la boca aún pintarrajeada, supongo que yo tampoco- como gladiadores vencedores corrimos (es una expresión literaria, fíjense ustedes que a nuestra edad...) por ese premio, utopía que parecía broma ahora en nuestras manos.
Ya entre abrazos caras iluminadas y en taxi, la pena  invadía los asientos en traje de risa. Iba despellejando nuestra parsimonia esa dicha que empezaba a heder a nostalgia. Al fin el fin.

Tanto juego preliminar para acabar en media frase.

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